martes, 9 de marzo de 2010

Ciencia Ficción

Estuve a punto de escribir en un cuento que Martín y yo vivíamos  juntos en un mundo imaginario. Por suerte, antes de hacerlo pude ver que la única que andaba de paseo por caminos de colores era  yo, agarrada de mi propia mano. 

No sé cual habría sido la consecuencia de haber escrito algo tan descabellado si finalmente los cuentos son producto de la imaginación y lo que sucede en esos niveles sobrepasa los esquemas del razonamiento, pero tomando en cuenta que cada acción conlleva a una reacción y también mis firmes creencias en los asuntos de la mente, creo que pude haber salido herida de muerte y hubiese sangrado hasta morir también en el mundo real... Nunca he tenido una batalla en mi mundo y Martin estaba armado hasta los dientes.

El que sea dueña de un mundo que existe en mis pensamientos no significa que no tenga una vida como cualquier otro.  Trabajo, familia y cada una de las palabras que completan la lista de responsabilidades vulgares y comunes. Lo tengo todo. Pero es en el mundo alterno donde están las cosas por las que vivo, también las que imagino. Es donde realmente estoy gran parte del día, sobre todo en los momentos cuando las palabras no afectan los oídos.  Del otro lado, en la realidad está la parte mecánica, el área de servicio del complejo.  Lo explicaría mejor si visualizamos una esfera dividida en dos mitades, de un lado es suave y translucida. Un hueco cóncavo  de un material que permite entrar fácilmente las manos o el cuerpo, después que entras, quedas suspendido en la viscosa masa acariciante. Ahí, nada ofende, todo es válido y permitido, menos las reglas de comportamiento pudoroso y opresor que priman en el mundo real. La otra mitad es metálica, ya se empieza a notar el oxido, llena de engranajes y sistemas mecánicos que nunca dejan de funcionar, también tiene una puerta, pero sólo entras si conoces la clave. Se mueve con el motor del día a día, de la alarma que suena a las 6:30 y da inicio al desembrollo de la colcha cotidiana. Cuando llega la noche queda tendida totalmente, lisa sobre el suelo, tapándolo todo con el cansancio y se autoenrolla para comenzar de nuevo.  Es un todo, las dos partes unidas, una esfera perfecta.

Martín es mi amigo. No puedo decir en donde lo encontré, realmente no tiene importancia su procedencia. Hace tanto tiempo que lo veo dentro del escenario de la vida que es más bien una imagen de costumbre dentro de mi alma. Hay momentos en el pasado que han quedado borrados, por esto no sé decir si siempre estuvo presente o en algunas etapas de la vida era un recuerdo viviente. 


Creer que en mi ciudad cabría otra persona sin ni siquiera haber sido invitada hubiese sido maravilloso. De hecho lo pensé durante un tiempo. Que llegara sin anuncios, como si se hubiese resbalado, caído dentro y ni siquiera haber sentido su llegada. Cuando intentara respirar después del susto se diera cuenta de que sus pulmones son capaces de procesar ese aire nuevo y cuando descubriera que aquí los pensamientos inaceptables se proyectan en el aire como películas públicas sintiera alivio y felicidad. Ver a alguien sonreír ahí dentro ha sido mi sueño. Pero al parecer  y esto lo vengo pensando desde hace muchos años, ésta, mi dimensión favorita genera soledad, mudez y locura. Promueve la incapacidad de comunicarse correctamente  con el resto de los humanos.  Las ideas extrapoladas aparecen siempre incompletas, a veces por esto mismo parecen irreverentes o intolerables.


Lo que sucedió finalmente fue un accidente. 

El tropezó, sí, estaba caminando muy cerca y se asomaba curioso con las manos tapando la luz de afuera para ver, pero no cayó por casualidad. Fueron mis recuerdos, unos mensajes  y un libro las piernas que se enredaron en sus piernas y lo trajeron... No, estoy mintiendo, lo que sucedió fue que salté encima de su lánguida estructura, amarré sus manos en la espalda con cadenas, le tapé los ojos con el pañuelo de secar las lágrimas, arrastré su cuerpo que se resistía a la fuerza y lo introduje halándolo por las piernas. Me senté sobre él y usé la tinta de su cuerpo para dibujar algunos paisajes que luego pegué en las paredes. Sí, eso fue lo que sucedió. 

Pero para mi sorpresa no respiraba sin máscaras, había perdido algo y lo peor es que soy consciente de que ese “algo” era una idea que volaba por mi mente. Tenía el corazón helado por el miedo, temblaba. Trajo consigo la remembranza de palabras hirientes que ya no recuerdo y todas sus armas cargadas. También tenía preguntas más amenazantes aun que las armas mismas, las cuales no sabría explicar ya porque según mi proceso de razonamiento estaban respondidas y sólo callé... Debí haberle tapado también la boca. Lo dejé salir, no sería capaz de dejarlo morir y ya se le terminaba el tiempo, la capacidad de sobrevivir sin el aire que sólo existe del otro lado, donde viven todos.


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Martín seguía siendo el duende. El pensamiento que mas entradas tenía a mi cabeza.

No estaba enojada con él, no lo extrañabaDe hecho, era un alivio tenerlo fuera de la esfera de mi vida en todos los sentidos, especialmente por los adornos y marañas que arrastró su amistad a partir de los últimos tiempos.

En todos los sentidos, digo, porque su recuerdo no causaba ningún cambio en mi mente, mucho menos en mi cuerpo. No había dudas de que lo había echado de mi mundo deslizándolo por el tobogán de la importancia. Su recuerdo era como una mariposa gris que aleteaba cerca, escuchaba el zumbido diminuto cuando se acercaba a mi, o sentía su toque si se posaba en algún brazo dormido. Pero nada más.

Esto me alegraba inmensamente. A veces.
Otras veces me causaba remordimientos de conciencia, no su ausencia, claro, era el reconocer mi capacidad de anular los sentimientos. De borrar con mierda de gato a alguien que no entendiera los verdaderos límites entre los dos mundos. Aunque nunca me detuve a explicarle, ya no importa. El debió haber sabido.

Usualmente no reaccionaria así. No tiraría a la basura nada que hubiera sido importante. 
Sufro de amnesia selectiva para las cosas malas y casi siempre vuelvo al campo de batalla con el mismo deseo de reanudar sólo lo bueno. Pero tampoco soy una rueda, no repetiría la misma vuelta miles de veces. 

Una pregunta que surgia cada vez que ese nombre se acercaba a mi mente: Por qué, si una persona cuyo recuerdo no significa nada,  ni siquiera la penita natural de ver a alguien partir, la mariposa de su presencia rondaba entrometiéndose en mi mirada?

Después de mucho pensar, cuando ya las teorías se habían agotado, después de haber tenido que apelar a las interminables hipótesis irracionales, especialidad que como ya sabemos ejerzo con orgullo, lo supe.

Fue simple. Tan simple que nunca se me ocurrió, por esa manía de enredarlo todo.

El no había apreciado el tesoro.
En sus manos y en las manos de los que lo rodeaban, el maravilloso regalo de la amistad perdió completamente el sentido de la inocencia.

Ya no pienso en él, a excepción de las veces que leo las cosas que he escrito. La mariposa voló hacia la luz y se convirtió en cenizas. Mi simple y escueta deducción fue una curita.  Una ráfaga que cerró el candado de mi vida y le puso fin a otra de mis interminables historias.