En la 203 me espera, acostado sobre el cubrecama de ramos, soportando el olor que se impone en su nariz y escudriñando con la mirada cada rincón del humedecido techo, las manchas marrones parecen nubes esponjosas a punto de derramar el diluvio que en vez de matarle le salvaría.
También se abrazan dos mujeres después de haberse amado con pasión, el cubrecama de ramos descansa de la turbulencia tirado en el suelo. La más pequeña llora emocionada un llanto de primera vez, la mayor prende un cigarrillo, no lo fuma, las lágrimas del techo le caen en la nariz. Se para en el balcón desnuda, siente el viento atrevido que le toca los senos, se seca con la mano vacía la cara de ajeno sollozo y del agua inmunda que no se le conoce el color, desde allí parece marrón su procedencia, como un charco colocado boca arriba del cual se escapan gotas que no se resisten a la gravedad.
Jose le devuelve el beso de hace días a Lisi, se lo da en la boca agarrándole la cara con las dos manos, presionándola contra sus labios. Sin importarle su convalecencia le pide perdón por haberla traicionado con el pensamiento. El cubrecama de ramos se deforma bajo sus cuerpos juntos, se pierde poco a poco entre sus ropas en un rollo multicolor que los envuelve y los une más. No notan el agua que cae sobre sus espaldas, el olor es irrelevante cuando la más dulce reconciliación a partir de no haber hecho nada nace con una súplica absurda que ella reconoce como verdad.
Las cortinas del balcón se mueven hacia adentro, parece que le bailan a la silla rota la danza que les ordena la brisa.
Un pajarillo entra rozando las cortinas, se posa sobre el espaldar de la silla.
Me observa acostada sobre el cubrecama de ramos, olvidando el acostumbrado olor que se impone en mi nariz, ignorando con la mirada las manchas a punto de romper el techo.
Me siento, el pajarillo se posa sobre mi hombro, descubre en mis ojos la impaciencia.
Me paro, salto vigorosamente sobre la cama, los esprines emiten un chirrido rítmico, el pajarillo revolotea alrededor celebrando mi hazaña.
Me siento, grito larga y desesperadamente, el pajarillo vuela despavorido, choca contra el cristal, herido cae al piso.
Camino asustada hacia él, sus ojos se mueven aun, pestaña de vez en cuando, el corazón palpita por entre las negras plumas, lo tomo entre mis manos, lo acaricio a la vez que lo levanto, lo aprieto contra mi pecho desnudo y lo acuesto sobre el cubrecama de ramos, justo debajo del charco, de las nubes esponjosas, esperando que las gotas colmen su sed de amarme, que se derrame el diluvio que en vez de matarle le salvaría.
2 o 3 historias le conté al oído estando a su lado.
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