Viviendo las Excusas
Publicado en la revista Dónde? Volumen 8
Aun la mañana dominaba el día, al menos eso decía el reloj. Yo, recostado frente al televisor, posición irremediable y común en estas últimas semanas, después de haber perdido mi trabajo de más de cinco años. “Sé que no debería dedicarme a ocupar el sofá cada día y cada noche, pero el cuerpo no reacciona últimamente”, pensaba entonces.
A veces la mente entra en shock, los canales de comunicación se obstruyen. Crees que sabes lo que quieres y no sabes nada. Te dejas llevar por una corriente sin sentido de malos hábitos.
Algo aprendí ese día: No importa en el estado de emergencia en que se encuentre la mente, siempre puede haber algo que la sorprenda, que la haga salir del letargo. Cuando te asustas y crees que te estas volviendo loco, reaccionas y cambia de rumbo la vida.
En la televisión vi hablar al Presidente, extendía una disculpa frente a las autoridades de las Naciones Unidas, todos los países convocados y los canales que lograran sintonizarle, donde explicaba que el país (en el que vivo),” lamentablemente”, no podría cumplir la meta de reducir la pobreza en un 50% en los próximos cinco años. “No se podrá lograr la educación primaria universal, ni corregir las desigualdades de género, ni reducir la mortalidad infantil…” ni otras tantas cosas que paulatinamente fueron perdiendo el sonido mientras eran dichas. Un sentimiento de vergüenza apretó mis pulmones, imaginé que su cuerpo tenía mi cara y era yo quien le hablaba al mundo. Una carcajada súbita salió de mi boca. La persona que estaba dormida dentro despertó y con su estruendosa risa volví de nuevo a la realidad. Mi perro levantó la cabeza, me miró moviendo la cola . Es imposible que en su proceso de pensamiento quepa la situación de que me rio conmigo mismo.
El presidente habló de muchas cosas, mi mano malcriada no quiso presionar el botón de apagado. Dio miles de excusas, ninguna responsabilidad directa de su gobierno (por supuesto), excusas que casi nadie comprende aunque las vivamos día a día.
Quise saber si el día en que se planteó la idea de que los gobernantes de 189 países “en vía de desarrollo” trabajaran para unas metas en común, las cuales mejorarían la calidad de vida de sus naciones, alguno de ellos pensó en el listado de pretextos que daría al momento de rendir cuentas. Deduje que sí. Supe que mi presidente lo sabía desde hacía tiempo y que su discurso había sido escrito años atrás.
Decidí apagar el televisor, por primera vez en tantos días de somnolencia frente a su presencia absurda.
Me levanté despacio de mi tumba. Abrí las cortinas y la luz sorprendió mis pupilas, me di un largo baño. Comí unas lonjas de pan envuelto aun en las toallas, lavé los platos después. Más tarde tomé la cadena del perro, éste saltó emocionado de su obligado lecho. Salimos a dar un paseo por la ciudad.
Caminamos infinitas cuadras de ida, las repetimos de vuelta al atardecer. Un halo color ámbar decoraba las paredes y las hojas de los árboles. Las luces y las sombras formaban figuras irreales sobre las calles, los vecinos me saludaron al pasar. Vi personas que regresaban a sus casas con trajes de oficina, niños que saltaban desde las galerías para recibir a sus padres.
El pesado desconcierto de la mañana se paseaba a mi lado, aun así, por primera vez en semanas presentí que estaba mejor. El dolor de todos logró que saliera del pozo. Ahora que pienso en ello, sé que mi reacción pudo haber sido totalmente opuesta, pero quién deduce anticipadamente la mecánica de la mente. Mi conclusión, la más simple de todas: ya que tenía que vivir tantas excusas obligadas, no quise seguir viviendo las mías.
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