miércoles, 5 de octubre de 2011

Shit

“Shit”… Fue lo que pensó cuando se abrió la pantalla y descubrió el mensaje recibido hacía ya un mes.

Cuando se levantó sintió un diminuto dolor en el pecho, dio unos cuantos pasos con las manos colgadas de sus jeans mientras de su cara se borraba la sonrisa habitual. Su camisa empezó a mojarse por las axilas, al notarlo pidió con su mezclada actitud de grosería y broma que encendieran el aire acondicionado, cosa sumamente extraña (sufre de frio).

Después de varias vueltas logró sentarse de nuevo en su silla, lugar que según ella es la fuente de la inspiración. Advirtió la imperante necesidad de apagar el computador pero no, sus manos no respondieron, en lugar de hacerlo se quedó mirando fijamente la frase recibida, la cual  se hizo paulatinamente borrosa cuando a su mente llegó el recuerdo del ataque de pánico vivido en aquel avión, el primero de tantos.

En el asiento B de la fila 14, sus manos derramaban sudor. Sus latidos aumentaron el ritmo con velocidad, miraba hacia los lados sin mover la cabeza, tratando de no ser percibida. El espacio se encogía, sabía que el avión era un lugar limitado, tenía la conciencia de saberse presa, de no poder ir a ningún lado, aun así quería correr, solo quería correr, abrir la compuerta y lanzarse al vacío, dejar de sentir el hervor en sus mejillas, dejar de escuchar en su cabeza la voz de esa mujer que habría llamado meses antes rompiendo su espacio. La voz más dulce que jamás hubiese tocado sus oídos se repetía como una canción rayada.

Nunca había sentido tanto temor en la adultez, recordó sus pesadillas de la infancia, esas imágenes tan simples y escuetas que se repetían incasablemente y la llenaban de terror, ahora la imagen de la cama pulcramente arreglada tenía como música de fondo esa voz, inolvidable e insoportable.

Trató de calmarse hablándose, como si estuviese sentada frente a sí misma, “respira… no pasa nada, no te va a pasar nada”… Miró de reojo a su esposo el cual concentradamente se metía dentro de la revista en sus manos. Solo ella conocía el miedo que la invadía. El terror de sentirse odiada por otro habitante de su mismo planeta, la posibilidad remota de que en cualquier momento pudiese encontrarse en medio una ciudad y ser atacada inesperadamente, asaltada por la espalda, abatida por algún vehículo en movimiento. Tenía pavor de reconocer la cara de esa mujer al llegar a migración, de imaginar como se avalanchara hacia ella con un hacha en la mano y como  la seguridad del aeropuerto no pudiese detenerla, entonces su cabeza volara por el aire decorando de carmín las paredes…

El dolor de estómago la hizo volver a su cubículo en tiempo real, la frase reaparecía en la pantalla. Quiso responder, pero todo lo que escribía parecía ser grosero o impersonal. Entonces, después de un gran trago de aire, presionó el icono que decía “delete”, luego entró a la papelera y borró todos los documentos que yacían olvidados allí, incluyendo ese mensaje inesperado que había removido en segundos tantos  momentos injustos, difíciles. Ella sabía que si algún técnico experto en cómputos hacía alguna maniobra a su máquina podría saber que una vez recibió ese mensaje, que algún síquico podría leer en su mente la incertidumbre que albergaba, pero decidió irse por el lado simple, imaginar que ese mensaje nunca hubiese existido, como se sabe, es muy buena imaginando cosas. 

Minutos después, abrazada por su silla escribió un poema.

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